Las literaturas grecolatinas forman parte de la cultura occidental desde la Edad Media hasta nuestros días. No se puede concebir el panorama literario actual ni la historia del mismo sin tener presentes las obras gestadas en la Antigüedad. De ellas en su origen y de sus continuas lecturas se nutre gran parte del ideario colectivo literario. Los clásicos, como reconocía Calvino, son «libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mitetizándose con el inconsciente colectivo e individual» (Calvino, 2009: 15).
Eliot reconoce la importancia de la permanencia de la tradición, y llega a aseverar –siguiendo los preceptos de las poéticas clásicas– que es una de las características que debe poseer el poeta:
Ningún poeta, ningún artista, posee la totalidad de su propio significado. Su significado, su apreciación, es la apreciación de su relación con los poetas y artistas muertos. No se le puede valorar por sí sólo; se le debe ubicar, con fines de contraste y comparación, entre los muertos, y esto lo propongo como un principio de crítica no meramente histórica, sino estética. (Eliot, 2004:66)
Aunque durante la Edad Media se practicó, en rigor, una intensa y, a su modo, creativa imitación del legado grecolatino, es en los siglo XVI y XVII cuando esta imitatio se produce desde la profunda conciencia de salto, de ruptura y recuperación. Esto se produce en gran medida por la valoración negativa, en cierta manera prejuiciada, que el Humanismo tiene de los “siglos oscuros” medievales (con todo, puede verse ya una marcada conciencia de salto cultural en la afirmación que Juan de Salisbury atribuye a Bernardo de Chartres: quasi nanos, gigantium humeris insidentes). Desde el Renacimiento la literatura latina fue concebida como modelo a seguir o imitar,
La literatura romana […] más que cualquier otra literatura nacional influyó en las formas y modos de pensamiento de las letras europeas posteriores. Durante más de quince siglos después de Virgilio y Livio, el latín siguió siendo la lengua de cultura de Europa, evocando constantemente los grandes auctores del período clásico. Después, junto a los escritos en latín de la Alta Edad Media y el Renacimiento, las literaturas vernáculas de los siglos XIII al XVI asimismo se enorgullecen de descender a los antiguos romanos, que continúan inspirando a las literaturas de Occidente después del Renacimiento. (Walsh, 1989: 849)
Debido a la Romanización, el tronco de familias latinas es mucho más amplio que la descendencia familiar de las lenguas helénicas y transmitir una lengua lleva adscrito, de forma directa, la difusión de su cultura, es decir, su literatura. No debemos olvidar que la mayor parte del léxico de nuestra lengua procede del latín; aproximadamente las tres cuartas partes.
El caso de la influencia helénica es harto distinto, puesto que debido a la lejanía lingüística e histórica, accedimos a los griegos –en un primer momento– a través de los romanos; pero la huella helénica está, también, viva en nuestra cultura y contribuye al concepto de «tradición clásica». García Gual afirma que «griegos y romanos son significativa y fatalmente nuestros primeros clásicos, los clásicos por excelencia, comunes a todo el Occidente, puntales de la cultura europea» (García Gual, 2001: 256).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario